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Cuba, mi diario.
Con amor hacia una tierra generosa y entregada. Que me ha dado mucho y a la que he intentado corresponder con respeto y decoro.
El viaje ha sido corto, sedante, lento como el amanecer a primeras horas de la mañana, cuando el astro naranja parece tardar una eternidad en desplegar todo su cenit.
Cuba es así, pausada y sin prisa, con su crecer a lo ancho, sus árboles dilatados, sus mujeres orondas, sus sonrisas ampliadas, reflejo de un carácter hinchado, de dignidad conquistada.
Los viajeros adormecidos asoman al sopor de sus vidas, establecidas en el silencio, en la plenitud de la pausa, de la vida en la pausa. El autobús se detiene, parada para el control rutinario, burocrático y decadente; pasan las horas, se echan los días, los años, las vidas… en Cuba se va al ritmo que marca su tiempo, su historia de máscaras y su clima.
Todo es rutina, apariencia de normalidad, en Cuba la alegría se lleva dentro, la tristeza también. Ambas palpitan, como las pieles que respiran, lagarteando sus poros humedecidos, agotadas de tanto transpirar, de tanta fe conquistada a golpe de amor por la verdad, por la virtud enhiesta, cruda, cruel, fetiche de glorias pasadas y sueños futuros. Cuba en presente, vive, clama por lo bajo, recupera su valor y replantea todos los días su destino.
Suenan los tambores, las trompetas del despertar, amanecen las caderas, el ritmo animal; el sentimiento por fin expresado en toda su plenitud, en toda su fragancia sexual, en el frenesí ardiente, imparable, joven y terco. Vuelan los ídolos, se esfuman los símbolos como el humo de copal, quemados por la rabia de las tripas, de los niños que crecen y descubren con amargura, que el ideal es vacuo, efímero, que es tensión insoportable cuando las necesidades básicas flaquean; Cuba no comprende, se ha detenido, ha decidido apartarse, apartar al mundo, detenerlo, repensarlo y construirlo de nuevo.
Es la magia de Cuba, su enigma y su escritura. El cubano se piensa a si mismo, se piensa y se repiensa, vive el torbellino de su propia vida, del amor inconfesable por la palabra, por el lenguaje cautivo de Martí; estropeado por el uso, dulzón y bucanero, con sentido, sin sentido: Cuba necesita del silencio y la tragedia del espíritu; necesita discernir lo caliente de lo frío, ordenar su sistema de creencias y salir de su idéntico, del analogón acolchado que el mismo se fabrica. Seguramente no quiere, quizás no puede, pero ya le toca por historia.
Y yo aquí, recuperando lo perdido, emocionado por la verdad, erosionado por ella, vivo otra vez, palpitante de realidad, sintiéndome listo de nuevo para la lucha. Conquistado por frases espirituales de su pasado revolucionario, que es mío también, revalorizo mi presente, regenero mi espíritu y mi ser se colma del sentido que a veces pierdo en el transcurrir de la vida fácil y tecnológica.
AGUA
Cuba regeneradora, Cuba linda y maldita, húmeda y caliente, negra y blanca, crisol de genes, color de pieles y ojos, de cabellos rizados, melenas tibias, miradas de asombro: el niño, el chama de Cuba.
Caen las aguas del río, en torrente de orquídeas, en aureado salpicar vivificante, generoso, beneficioso; eliminando el residuo tedioso de la pobreza llegada, despejando la cultura de su enconado cariz atormentado; abriendo las almas al niño que me habita. El niño de cuba teme, el niño desea, tiembla, salta y me abraza. Sus pequeños bracitos rodean mi cuello mientras su mirada vigilante avista su destino: seguir o detenerse. Los ojos del niño reflejan los míos, el niño ríe, asoma su ser al mundo, se adentra en la cortina de agua que lo mece y lo mima, en la escuela del gozo erudito, que lo prepara para caballero y madre, desplegando su luz y permitiendo que el mundo evolucione en positivo.
La palabra me aleja de la realidad que vivo; de la estación con sus gentes, sus líos, sus equipajes; ristras de ajo compradas al compás del vendedor que reclama lo suyo, que ofrece lo suyo; pizzas caseras a 10 pesos; refrescos de fresa acuosa en envases de cristal, ofrecidos por las ventanas y recuperados allí mismo, para ser rellenados de nuevo y revendidos en el próximo viaje. Mientras el lugarteniente de turno hace la inspección rutinaria, a fin de cuentas solo son 5 controles y 11 horas de viaje para un recorrido de 150 km. La palabra me despereza y me acerca a la realidad que vivo.
El agua transita y se estanca, el sol quema y desola, la luz asoma, el trueno la rompe y el rayo la concreta. Cae con estrépito la lluvia cubana, lluvia caliente, gotosa, densa, fácil de administrar, de absorber por mi cuerpo. Cortinas de deseo que lo cubren todo, rodando, rondando los perfiles acuáticos, temiendo ser descubiertos y aderezados. Se forman cascada y vapor, ríos de aceras embarradas, modelando autos tenebrosos, pertenecientes a otra época, detenidos, esperando la cuenta atrás de las luces rojas, verdes, en la encrucijada de seguir o detenerse.
Y yo en Cuba, empapado de tesón, con el peso de mi pudor encumbrado, despejando mi presente aciago, recuperando el sentido de la libertad, mirando hacia dentro, mirando hacia arriba, ¡candela!.
En esencia veo paisajes de ensueño, al paso de los carros tirados, de los ojos caídos, de famélicos caballos. Parada oportuna, semejante, programada, expectante y bacanera. El turista agasajado con lo poco, compartido con la nada, rascado desde la mirada, detenido con la palabra y, como en todo lo cubano, también explicado: guajiros de turno, de machete en mano.
El tabaco cuelga en las casa de secada; la malanga pesteña esperando su turno; la caña se estira despejando el cielo; la piña brota dulce de la mata; la mata sale de la tierra roja; la banana se mantiene suspensa; el colibrí sunsún le hace la media a la flor, preciso y espantado; el lagarto huye presuroso, especulando su belleza; la tarántula anima la noche con sus timbas de guerra; y, las hormigas bibijagua prosiguen su pinga de corte y traza, hasta llenar su despensa de hojas verdes y frescas.
El guajiro descansa, tropieza con el mango, muerde la caña y pelea el gallo. Pregunta mientras camina, se asombra mientras escucha y calla, guardando sus palabras, reconduciéndolas por sus túneles secretos, sus almohadas de patria; el turista, como el familiar huido, descubre al guajiro, lo llena de ideas nuevas, llevará tiempo que el vaso rebose.
La tierra es dulce, terrosa, moldea la vida, la enrojece y la contrasta con el verdor de la palma y el cedro, con la hierba cruda y gruesa, que crece verdeando la pisada, dibujando el arrozal y la sombra del tiñoso que ventea desde el cielo. El uniforme acecha; un solo turista y 100 guajiros: no encaja.
REVOLUCION
Antes era peor, antes se mataba impunemente, se vivía en cabañas de hoja y madera de palma; se revivía si se llegaba, y se moría debajo del huracán, sin luz, sin estrellas, sin noche para cobijarse. Antes el temor era incierto, ahora está regulado; en algo hemos mejorado.
La palabra revolución se pliega sobre si misma, se revoluciona la revolución con el atraco al banco, el silencio del Granma, las manifestaciones con muerte y saña; la rigidez social de quien clama otra nueva, otra linda, otra Cuba.
Las noticias sobre el sistema capitalista cuentan la verdad, el dogmatismo ensordecedor de los hechos crudos: sientan bien las noticias. Después aparecen los símbolos y la recreación tripartita, manipulando los sueños, creando lo colectivo uniforme, con verdades, con mentiras, con abusos; con guiños; con pequeños robos al alma, al calor del amor familiar, todos protegidos, enseñados, confortablemente recogidos al abrigo del cuento y de la fábula. En eso Cuba se parece al resto del mundo.
Alguien grita: ¡esto es una desgracia!; ¡que se pare alguien!, ¡uno tiene de todo, está hambriento y caluroso, somos seres humanos, llegamos tarde, estamos hambrientos…!; ¡que alguien haga algo!. ¡abajo el comunismo!; ¡compañeros!; ¡arriba el proletariado!; ¡viva Fidel!; ¡basta ya de chivos!
Y mientras, el cubano descansa, deja que su tripa le infle el vientre, denostando autoridad inejercida, el cubano ríe, vuelve a lo familiar, acepta, se resigna a no influir, marea su presente y se busca la vida. En eso también se parece al resto del mundo.
Se apaga la luz, se termina el combustible, se diluye la energía. Los móviles no suenan, no interrumpen las conversaciones de calle y portal; no hay terceros intrusos que sobresalten la conversación cálida, la intimidad pública se preserva: ¿por cuánto tiempo?; ¿por cuento tiempo cuba seguirá siendo la cuna que mece al mundo?: el mundo se encuentra hoy en Cuba
HAVANA
Havana vieja, destartalada, Havana nueva, destartalada también. Capital de sollozos, de prisas contenidas, con sus conversaciones de dosel y sus zancadas de elegancia, que no dicen, que si dicen, que remueven el aliento, dilatando el ojo, batiendo la mirada. Havana reconstruida, en reconstrucción permanente; se mira la ciudad, se mira recreando su hazaña, agitando su hedor de vieja, pestañeándole al progreso, convirtiendo su paso en marcha y ejercicio, en tropel de tropas, a veces fúnebre, a veces recién nacida.
Brotan los lazos junto al malecón batiente, presidido por estatuas que miran de frente si son de patria, de espaldas si de fuera, al galope la muerte sorprende a la ciudad en la batalla. Dulces susurros asoman a sus puertas de cuerpos adolescentes: el amor ya llega. Dulce compás de miradas gatunas, de ronroneos y preludios de sexo; de cuerpos esbeltos, negros, blancos, azules, rubios y tersos. El amor tensa la cuerda, deshace el nudo, despierta el alma y enloquece al cubano; goza mi cuerpo con el vibrar de la onda que emana.
Havana vieja, descuenta el tiempo, regatea el espacio, esconde el sueño, ayuda al desamparado. Vive el momento detenido de su tiempo, sin darse cuenta de sus giros, de sus vueltas, de su noria interrumpida tan solo por la ola y el fragor del drama; el drama que mantiene viva la ciudad de la Havana; que la aparta de la consabida rutina, haciéndola inesperada, brutal, sutil, escogida para la dama.
Ensoñaciones aparentes, cataratas sórdidas asoman a sus tejados, de almenas y cascotes, de antiguos principados. Havana sucia y petroleada, renqueante, parcheada por mil manos temblorosas, acariciada por la palabra, jineteada, dolida, complaciente, tenebrosa y risueña. Vivir en la Havana es esperar en sus cruces al coger de la botella, en sus paradas, en sus casas; es echar el tiempo en vida y olvido, relegarse de la prisa, aparcar el reloj y sincerar el alma.
NATURALEZA
Amanecen los gallos, el lagarto extiende su corona roja y se transforma de peón en rey, mostrando con orgullo toda su belleza; su cuerpo marrón topacio, como el tronco que lo habita; su corona granada, aviso de intenciones; el lagarto marrón, el lagarto verde. Salta la rana y se pega a la tapia; vuela la luciérnaga, verde fosforescente en la noche negra, oscura del verano ruidoso. Naturaleza suave, virgencita de mi vida, exuberante, gozosa y prieta, deseosa de brotar, creciendo sin tiempo para luchar, amable y generosa en el abrigo de los suyos.
El árbol extiende sus raíces en la piedra, oradándola sin prisa, meciéndola sin decoro; el manglar calcarea el mar caribeño, caliente y salado, ganando pies a su masa, precipitando sus dominios sobre sus aguas, preparando el terreno para lo nuevo, dando cobijo al cangrejo de la música, al pez estirado de la aguja y al tengue, que es un mosquito maldito.
Las palmas se extienden sobre el mar, dejando caer sus frutos sobre las aguas, elevando el mensaje caribeño a la corriente del mundo, que observa despierta y se sorprende del tesón abierto, enconado, rebelde y con causa; del empeño por justicia, de la justicia por empeño. Todos reunidos, encumbrados, amenazados, admirados sin la duda ya del sentido que alimenta su fiebre; casas pequeñas, calles de tierra, estómagos inflados, cuerpos esbeltos y anchos, necesidad, alivio de santo.
El huracán es un organismo metereológico, es algo vivo, que se acerca, se aleja, mantienen o cambia de rumbo a capricho de los dioses. El huracán comienza en tormenta tropical y va cogiendo fuerza, hasta que le dan un nombre –Dennis-. En el mar caribe, caliente y salado, aumenta su masa, inconmensurable, inmenso, inexorable, hasta llegar a tener una fuerza devastadora, con vientos sostenidos de 180 Km/h. y rachas de 250; un huracán de fuerza 4, cercana a 5, que es el máximo de ventolera que se ha registrado en la historia de la meteorología ciclónica. Y después puede seguir por el mar levantando olas de 30 metros o entrar en la tierra y acariciar al hombre. El cubano tema al huracán, lo reza para que se desvíe y se prepara para su furia.
Finalmente, cuando entra en la isla desde el norte de Jamaica; arrasa lo que pilla, mira a través de su ojo y prosigue su camino debilitándose por la fricción con la tierra. En dos horas el huracán destroza y limpia todo lo que se encuentra en su camino eólico, en su tempestuosa, lenta y formidable procesión, a razón de 24 km/h.
Fidel en la tele lo tacha de mercenario, la gente ríe temblorosa: ¡esta vez ni el chino nos salva!. Los partes son constantes, las alarmas se tienden en la calle, las radios anuncian lo inevitable… el cubano se prepara; es evacuado por miles, advertido por millones y observado por uno solo: Dennis avanza.
Vuelan las casas que no son de cemento, los árboles jóvenes y algunas ramas viejas, los postes de la luz, las antenas de la televisión, la cosecha de plátanos… el mar entra en la tierra 40, 50 metros, inundándolo todo, dejando caminos insondables, forzando a los rodeos, rebosando sin más, acariciando la tierra espantada de su firmeza. Frente al huracán me siento microcósmico, infinitesimal y regenerado; la fuerza es tan grande que es incomprensible, por muchos datos y cifras que se le arrojen encima; la vida que trae tras la muerte que deja, lo hace bello, magnífico y cotidiano. Los niños ríen al huracán, lo celebran nerviosos en la calle, a la espera de la hora del refugio. Las colas se suceden en las tiendas improvisadas: colas para galletitas, para pan, para aceite… mientras suenan los martillos que afianzan tejados y ventanas, o los cierres de puertas y el trajín de las antenas desmontadas.
Cuando los árboles empiezan a moverse con agitación inusual, los cielos se oscurecen y la luz, el agua y el gas se cortan, es señal de cercanía; y ya solo toca esperar a que el viento se haga presente, a que el ojo pase o no pase por encima de mi cabeza, mientras anochece y oscurece al mismo tiempo. Al día siguiente, caen lluvias torrenciales, cortinas de agua que lo cubren todo de forma constante, la ciudad se muestra recién nacida, Dennis salió por la playa, alejado de la ciudad. El día transcurre sin gas, sin agua, sin luz, a la espera de noticias.
SISTEMA
El turista come, ustedes saben, pero debe hacerlo en la casa; el impuesto sube, no se opciona, la empresa de Fidel funciona. El obrero trabaja, el patrón amenaza, no consiente, no promociona. El obrero recrea su libertad imaginada, sonriéndole al destino; como ocurre ya, de nuevo, en el mundo.
El cubano es adoctrinado, no confrontado, se le deja hablar por teléfono, vivir en una casa que no es suya, comprar un coche anterior a 1940, tener un ventilador y comer del paquete básico; y también puede comprar objetos de consumo, a precio convertible, en las tiendas de la ciudad; el problema es que un par de zapatos equivale al sueldo de un mes. Pero además el cubano no viaja, no compara, no es libre de pensar, besar o abrazar a quien quiera, tampoco puede alojar al amigo extranjero, en su casa, ni entrar en sus dominios exclusivos; de modo que el cubano está desmotivado, se siente derrotado antes de empezar, pues no puede iniciar su vida, replantearse, arriesgarse…; en Cuba hay dos mundos en uno: el del peso convertible y el del peso cubano. El primero se sumerge y da de comer, el segundo se oficializa en la cuenta única, apenando al cubano y reprimiendo a Varela.
Por eso Fidel es ángel y demonio, como ocurre en todos lados; ¿qué pasará cuando Fidel se vaya?; ¿seguirá teniendo sentido el discurso enfatizado, glorificador y pedestaleante; el que hace de la gloria de Martí un anacronismo descontextualizado?; ¿seguirán las masas calladas o solo movilizadas?; ¿se unirán las manos para vibrar cuando suene la internacional?; ¿seguirá la telenovela?... hay Fidel que nos dejas, que tu densa estela se apaga, que tus súbditos miran ya de lado ¿acaso no te das cuenta?; ¡que difícil es cambiar a tus años!.
Cuba al aire libre, motorizada, arriesgada, la policía nos detiene, para, pásate por casa; no hay comida, corrupción negra, dos mundos en uno, o te clavan o te clavas. El regateo y la necesidad se instauran como forma de vida; y yo aquí, intentando adaptarme a sacar por poco. O lo tomas o lo dejas, todo es a tocateja, la presión funciona. Las empresas juegan al mercado, el sueldo del estado no da para comer, la iniciativa privada está prohibida: ¿quién sueña con viajar o crecer?; ¿quién se va a esforzar en luchar?; ¿de dónde va a sacar el cubano la motivación?; orgulloso como está de que en su país no haya pobreza, ni analfabetos, de disponer de sanidad gratuita, de una seguridad ciudadana cada vez más precaria. Y el poder, quizás temeroso, aprieta aun más la soga y ensordece al cubano, que menos mal que vive en la calle, como el mago y jode en la hilera de aguas bravas.
Por eso el cubano abandona poco a poco su revolución, porque luchar implica entrar en la paradoja y caer en la locura, no se puede luchar solo con ideales, se tiene que luchar también por cosas materiales y por libertades individuales; y es que Cuba tiene un gran camino que recorrer. Actuando como símbolo de la resistencia global; ante un mundo cada vez más desigual, más cruel y más loco; Cuba no debe caer en la misma locura que denuncia, pues el mercado hace libres a los hombres, ya lo dice Martí. Riqueza que no es solo material, sino de ímpetu, de ilusión, de concordia, de valía, de respeto, de trovador altanero, convencido y convincente.
Pues uno compara el sistema en el que vive y el cubano. Porque en el otro resulta que, entre tanta libertad, impera la soledad; y, en este, entre tanta represión, impera la compañía. En el otro resulta que, entre tanta oportunidad, lo que se respira es nihilismo; y, aquí, que no se puede mover un dedo sin el permiso del estado, todavía se enaltecen los valores, se nombran, se palpitan, se engullen y regurgitan. Pues entre tanta clase social del otro sistema, resulta que el pensamiento es único, inundándolo todo por completo, haciendo de la vida una cosa light y con valor exclusivo de mercado; pero aquí, que todos están al mismo nivel económico, aunque ya hay alguna clasecita que otra, la diversidad es más latente, más genuina, hay más mezcla de todo.
Cuba debe encontrar un equilibrio entre lo que es y lo que el pueblo exige calladamente ser, es un equilibrio difícil, sano y hermoso, para el que se necesita mucho coraje, humildad, tesón y creatividad. ¡Te deseo suerte Cuba!, ¡te abrazo como a un hermano por tu generosa entrega, tu pulso, tu resistencia enconada, tu deseo de justicia y de verdad!, pero te invito también a que revises tu capacidad para producir el efecto determinado que deseas, pues tu verdad es tu virtud; y ésta, se manifiesta mediante tus intenciones: ¿acaso deseas conquistar el mundo?.
Cuba mágica, de santeros y santiagueros, energía de una gente que fluctúa, de una sociedad etnocéntrica, que se ve por oposición, alborando principios de individualidad; mostrando un interés inusitado por lo nuevo, acogiendo con calor la idea fresca, la emoción concreta: incógnita a la que se abre el cubano. Y a su vez, deseoso de ofrecer, de llegar a mi, para colmar mi alma con sus deseos, sus saberes de antaño y nuevo, su sabiduría espiritual que todo lo colma, lo abarca y lo abraza.
El cubano es mental por naturaleza, argumentativo hasta la saciedad, luchador en la batalla pero olvidadizo de la guerra; explica, seduce, embellece su entorno y mi cuerpo con su palabra dulce, armónica, sensata y sentada; en su incesante búsqueda, en su persistente logro de dicha colmada. Propagando una ascensión de pérdida, de encuentro confrontado, aderezado con el artilugio del ritual, bendecido por la cotorra de la suerte, el jardín que da poder o el muñeco budu que nos protege; sabiduría que esconde detrás del paño, entre el grito y el susurro, al soniquete de los caracoles, mezclando la risa y el llanto. Dejándolos escapar sin consciencia plena del contenido significativo que transmiten.
En Cuba, la energía es de sutil comparación con la tierra, el sol o la nada. Yo tiemblo en esta onda cubana, grito tomado por la vibración, golpeo el suelo con fuerza, regreso a mi pasado y asciendo por un crisol de colores, sin sentir nada, sintiendo el temblor de mi transformación; cuando soy dibujado en mi alma, atizado en mi cuerpo, templado y colmado por mi llanto de jaguar herido, cuando recojo una fuerza densa, oscura y clara, enraizada en la palabra.
En Cuba la energía se articula, se escribe, se lengua y se aplaca; con constancia, con certeza, curiosidad y karma. En Cuba la tierra recoge y escoge, admitiendo toda la fuerza de la palabra, resonando, reverberando como un eco de fortaleza lejana; de energía revolucionaria. La tierra cubana es semejante a una ciénaga, a un mar de fangos y arenas movedizas, sin piedra, sin soporte, diccionarada. Tierra que es canal y colchón de llantos, soledades y violencias insanas; matriz de la constante regeneración que asola al pueblo cubano, lo sorprende y lo calma. Tierra que es mezcla de mil sabores revueltos, de millones de signos cruzados, soporte de enigmas entrelazados, creadora de lazos profundos y unitarios.
La fiesta cubana es un cambalache de risas desorbitadas, indicaciones de soles, colores y signos que penetran mi ser y lo anuncian, lo sedan, lo explican y lo lanzan. La gente se agrupa rápido, el corro de voces anuncia sentimientos encontrados, que marcan las caras y rehuyen los vuelos. Abrazos entre ponches y mojitos, calabazas y arroces, piñas y mangos, planes futuros, encogidos o plegados. Tormentas que se convierten en huracanes, experiencias que lo arrasan todo a su paso, dejándome limpio, preparado para lo nuevo. ¡Oye cojones, menuda jodedera!, ¡mira negra que te voy a ver lo lindo que pintas!; ¡duro con ella!; ¡que entro, que salgo!; ¡que por el túnel no voy, que si voy!; ¡ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja,…!; ¡menuda malanga!.
Y se unen las manos, posadas las tijeras, descansados los aperos, dejadas las cartas en la mesa; y se entrega el cubano, se abre su flor, se dilata su pupila, se aquieta su lengua y su respiración se tensa. Relaja el cubano su ser, tímido, pudoroso y desconcertado, consabido y escéptico, camaleón de selva, preludio de certezas. El cubano respira, recoge y sigue, clarea el prieto, se fluidifica el criollo, se empata el blanco y se templa el mulato.
El cuerpo frágil, denso, terso, coloreado por la raza, por las mezclas de las pasiones encontradas, al albor de la historia despreocupada; el cuerpo que emana su energía radiante, plúmbea y sedienta. Mi cuerpo, ávido de armonía, escaso de intimidad, recoge energía negra, preparada de antemano, sabia y limpia; densa y fibrosa; energía que penetra, endulza mi ser, lo convulsiona; violentándolo entre el deseo de culminar, poseer y aflorar liberando; y aquel otro que conserva la armonía conquistada, manteniendo la tensión del gozo y posponiendo la plenitud de la calma.
La corriente llega, emana de la tierra, haciendo de la mujer un canal de sombras y acechos, preconizando la unión, tergiversando los intereses, verdeando las savias, afrontando los destinos y posando las almas, exploradas al acecho de la mente que libre ya, abandona. Se abandona en el derramar de las bocas, las manos, las miradas que afloran tímidas bajo los párpados caídos, en el suelo de la dulzura, en el juego infantil y nervioso de los senos, caricias que agotan, enloquecen y embriagan al más pintado; mientras los verbos deleitan los odios, los abren, alborozando su atención jaranera. Permitiéndose el juego de la risa sobre el pudor, la caricia sobre el ámbar de la rosa, mulata del amor, del temor perdido, de caderas de chocolate, de exigencia explorada, pausada, tibia y algo penosa; que alegra y se alegra con el canto de su llama.
Insólitas aguas del Caribe, mar gris, mar verde opalescente, calor en tus aguas, tortugas que dejan su rastro en la arena, huevos escondidos. Miles de peces me miran con asombro, escudriñando mis torpes y burbujeantes nadares, que mueven abanicos increíbles de coral morado, blanco, rojo y negro; dibujando un crisol de belleza inigualable, gruteada, majestuosa y expectante; libre y presa de su coralina barrera.
Cerebros de piedra; barracudas de dientes afilados, porte tranquilo y curiosidad inquietante; peces con forma de cofre; globos que se hinchan de espinas; langostas temerosas; cangrejos desproporcionados; caracolas inmensas, llenas de vida y color; peces diminutos, dibujados con pincel, contrastados al abrigo de anémonas que desaparecen en sus cirios de carne trémula… aguas preciosas, de belleza superficial y profunda, compuestas por arenas finas que bordean los manglares, a escasos metros de una orilla tranquila, caliente y seca. El caribe es un horno salado que despelleja las pieles, acalambra las sienes y envenena los sentidos.
MARINO
Caribeño marino, gozoso de la vida, como el carácter en Cuba, que excita la tristeza y la transforma en alegría. Embaucador, miedoso, contradictorio, afable, inseguro y desconfiado. El caribeño amanece con la sorna, burla el sortilegio y lamenta su desgracia. Caótico, incoherente, apasionado, inteligente por naturaleza, desorganizado pero genial cuando de soluciones trata; busca lo suyo, perdido entre palabras, perdido entre lo humano, mi hermanito cubano.
Su situación y el sistema que lo ata lo hacen deambular, oscilar como si de un péndulo se tratara: ahora la norma, ahora la trampa; y en el baile ¡hay!; sufre el cubano. Sufre cubano, llora su destino uniforme, su condición de masa, su dignidad perdida; lamentando su añagaza y cubriéndolo todo con el manto de su miel, con la dulzura de su boca y el vaivén de sus caderas; abrazando a sus niños, pensando en sus babas de viejo futuro.
Y yo aquí perdido en el juego, en el cubaneo, bien parado, mal parado, azotado en mi vientre por la realidad de atrás, la que cubre, rechaza y bloquea; la que muestra la similitud entre mi propia condición y la que podemos denominar cubana. El cubano soy yo, yo soy el cubano, ambos inciertos, ambos humanos, cogidos por el ardor, la envoltura, la exageración, la corpulencia atesonada. Si, me explico, si, comprendo, si, me igualo. Adiós isleño, adiós hermano; espejo de mis utopías; las que ando buscando, las que me ocultan la verdad, el compromiso necesario con mi intimidad; mi autenticidad sin más, desnuda, frágil como son todas las cosas que se ocultan detrás de los caparazones de armadillo, pangolines de cristal quebradizo.
Belleza, fuego y alegría ando buscando y en ocasiones tan solo me topo con humedad, fealdad y tristeza encubierta. Fealdad de casas y calles destruidas, cuerpos maltratados, miradas escondidas, ciudades cansinas, posturas opulentas y verdades a medias. Tristeza detrás de los ojos tibios, de la mirada soslayada, chispeante de un momento, inefable; tristeza que golpea al niño, discrimina a la mujer y avejenta al hombre; la tristeza del cubano, que sabe de todo perdido, que es poseedor de nada, que no comprende, sobre todo que no comprende.
El yuma no se entera, el yuma soy yo, que me creo con derechos, que prejuicio la realidad, dibujándola en mi mente con la claridad del ilusionista. Y en ella me estanco, me apago, me muero y me lastro, olvidando mi fuego, fulminado por el rayo, aniquilado, anulado en mi condición de ser con derechos humanos.
La palabra también asoma en el amor y la entrega de la mujer cubana, la risa lo inunda todo, cuando el sexo nos mezcla, nos une y nos atrapa; besos de miel y dulzura llenan el manto de mi cuerpo excitado, sorprendido ante tanta lujuria, densificado por la energía que me traspasa. Palabras de amor se mezclan entre suspiros y miradas de un encuentro lejano, inefable y cercano. Despierta el animal, se despereza, tensando la cuerda, horadando la cueva, descubriendo sus secretos al albor de gemidos inalterados, de explosiones de fuego y llantos soterrados.
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